La historia de esa divinidad indígena, guardiana de la naturaleza del folklore venezolano. Según una versión de la tradición, María Lionza -de nombre originario Yara- fue la hija del cacique Nirgua de la etnia Nívar. Un chamán había vaticinado que su nacimiento traería desgracia a su tribu. Para evitarlo, debían sacrificarla entregándola al Dueño de las Aguas, una anaconda que dormía en el fondo de uno de los pozos de la montaña de Sorte.
Cuando nació la bebé, blanca y de ojos verdes, el cacique la llamó Yara y la escondió de su destino en una cueva de la montaña con guardias para protegerla. Pero la niña se hizo mujer y su curiosidad la empujó a escaparse de su protección, para encontrar el camino hacia el pozo de la anaconda. Enamorado de su belleza, el Dueño de las Aguas se la llevó al fondo. Cuando el cacique intentó separarlos, la anaconda explotó, inundando todas las tierras de la tribu. Desde entonces, Yara se convirtió en la guardiana de la naturaleza.
El sincretismo entre las creencias nativas y la religión católica que trajo la conquista española convirtió a Yara en Nuestra Señora María de la Onza del Prado de Talavera de Nivae. Eventualmente, la tradición acortó su nombre a María Lionza.
El escultor Alejandro Colina la inmortalizó para el mundo como una mujer desnuda de musculatura atlética, sobre una danta (tapir macho, adorado por tribus indígenas), y con las manos extendidas en las que sostiene un hueso de pelvis femenina (símbolo de la fertilidad) en sus pies la danta aplasta a un unas serpientes, símbolos de envidia y egoísmo.
Esta escultura se realizó durante el gobierno de Marcos Pérez Jiménez. Está en la Autopista del Este, justo al lado de la Universidad Central de Venezuela.
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