miércoles, 26 de agosto de 2020

Posted by Cultu-Art agosto 26, 2020 in

Puccini, admirado y criticado por ser tildado de comercial y opotimista del arte, fue mucho más que un compositor comercial en busca del beneplácito del público. Creador de algunas de las melodías más inolvidables de la historia del género y de un idioma orquestal insuperable, representa la inestabilidad del cambio de siglo, una transición compleja que, en su caso, rehuyó las vanguardias y apostó por la tradición.

Tras la muerte de Verdi, Giacomo Puccini (Lucca, 1858 – Bruselas, 1924) se convirtió en el último heredero de la tradición lírica italiana. El genio de Lucca escribió para el público y logró que su obra se afirmase en las temporadas operísticas de los teatros internacionales de manera ininterrumpida. En 1900 asistió a la representación en Londres de la obra teatral Madame Butterfly, de David Belasco. El autor estadounidense se había inspirado en la pieza homónima de John Luther Long, y éste se había basado en Madame Chrysanthème, de Pierre Loti. Puccini, aun sabiendo que André Messager había convertido en ópera la obra de Loti –estrenada en 1893–, comprendió las infinitas posibilidades de la historia y se puso manos a la obra encargando el libreto a sus fieles colaboradores Giuseppe Giacosa y Luigi Illica. Madama Butterfly nacía para entrar a formar parte de la trilogía verista del compositor, junto a La Bohème y Tosca ya comentadas en el capítulo anterior.

Con Butterfly –estrenada en 1904–, el compositor exploró por primera vez las posibilidades del exotismo en la música al ambientar la obra en el lejano y hermético Japón. Para dar veracidad a la historia, Puccini se documentó acerca de los ritos religiosos y las costumbres niponas, además de incorporar algunas melodías propias de ese país, incluido el himno imperial, y de crear otras nuevas a partir de la escala pentatónica del sistema musical japonés. Puccini crea un laboratorio en el que explora los claroscuros psicológicos de la personalidad femenina. Cio-Cio San, la heroína protagonista, transita por diferentes estados emocionales, desde la inocencia y candidez de la adolescencia hasta, como adulta, la trágica aceptación de su destino.

"En 'Madama Butterfly' la orquesta es responsable del peso dramático, con una función indispensable como motor de la acción que acentúa el drama interno de la protagonista y su transición de la niñez a la madurez"

La ópera denuncia ciertas abominables prácticas de los occidentales cuando Japón abrió sus fronteras. Entre ellas, se incluía el matrimonio con una geisha para utilizarla sexualmente, con la posibilidad de romper el contrato a voluntad y sin importar la edad de la chica. También criticaba la corrupción e hipocresía de la sociedad occidental y su prepotencia sobre otras culturas, aspecto remarcado con la fragilidad infantil de Cio-Cio San y sus tiernas melodías, en contraste con la música relacionada con Pinkerton –como el himno de la marina estadounidense, después himno de esa nación–, símbolo de un Occidente deshumanizado y colonialista. La orquesta, responsable del peso dramático y con una función indispensable como motor de la acción, acentúa el drama interno de la protagonista y su transición de la niñez a la madurez con un exquisito juego de timbres de carácter japonés y episodios en los que el tiempo parece suspenderse siguiendo los ritmos lentos de la civilización oriental. Puccini logra la continuidad musical a partir de la unidad melódica, además de ordenar los tiempos teatrales en los que se desarrolla la acción con excelente síntesis dramática y de actuar con rapidez al conectar al público con los personajes desde una profundidad psicológica.

Sin embargo lejos de este tragedia, propio de la ópera, si existió una Madame Butterfly.


La verdadera Mariposa

Los habitantes de Nagasaki eran partidarios de que se recordara su ciudad como la tierra natal de Butterfly, y no solo como la que fue arrasada por la bomba atómica.

Se cuenta que la verdadera Madame Butterfly, llevaba por nombre Tojin Okitchi y había nacido en Nagasaki en 1838, siendo educada como geisha, fue muy famosa por sus encantos y cuando contaba con dieciocho años de edad le fue presentada a Towsend Harrys, que según parece fue el primer norteamericano que obtuvo permiso para residir en el Japón, ya que hasta 1853 el imperio japones no admitía la presencia de extranjeros en sus territorios.

Tojin Okitchi, debió entregarse a Harrys sin sentir absolutamente ninguna atracción por él, ya que al parecer, incluso le pareció repulsivo por su gran estatura y sus cabellos rojizos, pero este quedó prendado de la adolescente y se estableció con ella en una casita de bambú, donde tuvieron una niña.

Towsend, era entonces el Cónsul norteamericano en Shimoda, pero cuando cesaron sus funciones debió regresar a los Estados Unidos y ni su hija ni su esposa temporal, viajaron con él a los Estados Unidos.

Para entonces la geisha amaba al norteamericano, pero él, sin el valor suficiente para enfrentarse a los prejuicios raciales en su país, la dejó abandonada, motivo por el cual, Tojin Okitchi se quitó la vida lanzándose al río en 1859, cuando contaba tan solo veintiún años de edad.

Fue durante el mes de agosto de 1945, cuando la Humanidad sufrió, en Hiroshima y Nagasaki, uno de los golpes más cruentos de la Era Moderna. Dos bombas atómicas, lanzadas por la aviación norteamericana, sepultaron las dos ciudades y miles de personas perdieron la vida en ese acto.

El drama humano que se nos presenta en la escena de Butterfly, a la vista de fechas luctuosas como el 6 y el 9 de agosto, puede que propicie el que podamos descubrir nuevos y más subliminales mensajes en la obra,  y que tal vez podamos también, extrapolarla a la vida real.


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